Hace unos días, hablando con una amiga, me decía con una gran dosis de sabiduría: He descubierto que no puedo seguir pidiéndole peras al olmo -haciendo referencia a una persona cercana – tendré que conformarme con el olmo o comprarme un peral. A lo que yo le contesté, también puedes disfrutar de la sombra del olmo.
A menudo tendemos a pedirle al otro (amigo, familiar, pareja) que sea ese que deseamos en vez de aceptar esas cualidades que le hacen especial. ¿Qué pasaría si empezara a fijarme en eso que me puede aportar el otro en vez de eso que no me gusta?
Imagina que tienes un olmo en el jardín. Y que cada día al levantarte, miras por tu ventana con la esperanza de que haya dado una pera. Llega el verano, y tu, con la misma tenacidad, sigues pidiéndole esa fruta que tanto deseas. Pero después de todo este tiempo, tu sientes cierta frustración, e incluso ya no te gusta ni pasear por el jardín. Ves al árbol y no eres capaz de darte cuenta que su sombra está dando cobijo a tus hijos y los está protegiendo del Sol. Tu sólo ves que sigue sin dar peras.
Pues así actuamos con algunos de nuestros familiares, empecinados en que sean como nosotros queremos que sean, no prestamos atención a eso que su propia naturaleza nos está ofreciendo.
Estos días en que las comidas y cenas familiares son comunes, te animo a que mires a tus seres queridos con otros ojos. No se trata de remarcar que es eso que tu esperas y no recibes, sino de darte cuenta de aquello que te está ofreciendo y te niegas a recibir.
Feliz Navidad,