“Tenemos la oportunidad de cambiar todo aquello que estaba dañando el sistema”, “es momento para crear otro mundo”, “el mundo ha dicho basta y tenemos que escucharle”. Estas eran las frases que mas leía o escuchaba cuando en marzo el coronavirus se expandió por mis tierras. Podía ser un mensaje sobre la necesidad de mayor ecología, de trabajar para conseguir una manera de vivir diferente. Con los meses, estas voces se han ido silenciando. Estoy cansado, estamos cansados y cansadas. Llevamos mucho tiempo arrastrando una crisis que no solo afecta a la salud.
Esta es una crisis sobre el amor y todo lo que lo materializa: los abrazos, el contacto físico, las caricias, los besos, la compañía, las risas, el mejor juntos que separados, la mano apretada de aquel que se está despidiendo de la vida o al “hijo dame un beso antes de salir”.
Echo mucho de menos las caricias que doy a mi gente, me siento pequeño cuando después de una sesión profunda no puedo despedir a mí paciente con un fuerte abrazo, cuando le tengo que pedir permiso para tocarle los hombros o cuando sentado al lado de mi abuela veo como se le caen las lágrimas y no logro acercarme. Esto me consume más que el virus, ¿a ti no?
A veces, tiene que faltarte algo para echarlo de menos. Podremos reconstruir la economía, hasta la sanidad, pero los besos no dados se habrán ido para siempre, aquellos abrazos que sellaban una sesión de intimidad no son recuperables, y nunca podré secar las lágrimas que derramó un día mi abuela.
Pero este es el momento que nos ha tocado vivir y vamos a tener que transitarlo con el acierto o fracaso de los responsables políticos, que también son los que nos han tocado en este momento.
Y poco a poco tendremos que volver a crear nuevos sistemas. Dice Pema Chodron en Cuando todo se derrumba que “cuando todo nuestro mundo está hecho trizas nuestra reacción habitual es recuperarnos, reconstruir lo mismo que había, lo mismo que éramos, volvemos a esculpir nuestra personalidad sólida e inmóvil”. Y aquí aparece el error. Chödrön nos anima a no reconstruir nada, ya que volveríamos a edificar aquello que nos llevó hasta aquí. Sin usar la palabra oportunidad, que me parece que está completamente mancillada, te diría que de lo que se trata es de transformarnos en algo diferente.
Intentamos reconstruirnos sin darnos cuenta que nos dirigimos hacia lo que nos destruyó.
Para mí, la diferencia entre reconstruir y transformar es que en lo primero, intentas generar lo mismo que tenías despojando a la crisis de sentido. En el transformar aprovechas el vacío de la nada para ordenar las piezas de una forma diferente. Reconstruir es intentar volver a un pasado que se fue para siempre, transformar es optar por el presente.
Cuando todo esto pase, yo no quiero ser el mismo, quiero ser otro. Quiero saborear con una cualidad más tierna cada abrazo, quiero amar el contacto con mi gente y con extraños. Quiero ser consciente que la vida se me escapa entre los dedos y, más aún, entre mis sueños. Quiero transformar mi mirada hacia el amor bondadoso sobre mis partes que intentan controlar lo incontrolable, quiero mirar con compasión aquellos que lo perdieron todo y quieren arrastrarme. Cuando pase todo esto, no quiero olvidarme que yo no controlo mi vida, sino que la vida me lleva por donde ella quiere, vivir con menos control y sabiendo que todo puede torcerse de golpe, con menos previsión y más confianza porque también, todo puede arreglarse de golpe.
No quiero olvidarme de esto, quiero recordar el 2020 como aquel año capullo que me convirtió en mariposa.
Te abrazo,